Siendo las 2 de la mañana se me ocurrió sacar la cabeza por la ventana.
Ya no pasaban autos. Las luces de los departamentos estaban apagadas.
Casi no había ruido ni luz. La ciudad se había escondido y yo recién quería salir.
Cerré mis ojos. Una brisa suave y fresca rosaba mi rostro.
Hacía mucho que no sentía aquella tierna caricia del viento.
Las cosas más placenteras se encuentran en las más pequeñas y sencillas.
El ruido del mundo nos priva de estos agradables momentos.
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