A las pocas pedaleadas, no sé si será por la falta de físico o la bicicleta (o ambas), sentí el esfuerzo de las piernas y sabiendo de los varios kilómetros que tenía que recorrer ida y vuelta, la idea de volver a casa estuvo rondando mi cabeza en esa primera parte del camino, pero fue más fuerte el deseo de ver un atardecer en el mar, mi atardecer perfecto, y seguí pedaleando.
El mar y el sol me recibieron así:
Aunque pensé quedarme ahí, seguí pedaleando hasta que llegué aquí:
Más adelante me esperaba un lugar mejor, finalmente llegué allí:
Luego de tanto tiempo pude encontrarme con un atardecer puro, de esos que se esconden no entre edificios o casas, sino de aquel sol que parece que besara lentamente al mar.
Y pedí un deseo a esa primera estrellita de la noche.
Un atardecer perfecto.
Un atardecer perfecto.